La presencia de
la Santa
Sede ante los organismos
internacionales
Discurso de SS Benedicto
XVI
a los representantes de
la Santa
Sede ante los organismos internacionales
Sábado 18 de marzo de
2006
Señor cardenal y queridos
representantes de la Santa
Sede ante los organismos internacionales:
Os acojo con afecto a todos
en este encuentro, en el que tengo la alegría de ponerme en contacto por primera
vez con vosotros, que habéis venido a Roma para reflexionar juntos sobre algunas
cuestiones importantes del momento actual. Os dirijo a todos mi cordial saludo
y, además, agradezco sinceramente al señor cardenal secretario de Estado las
palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
La creciente participación de
la Santa
Sede en las actividades internacionales constituye un valioso
estímulo para que siga dando voz a la conciencia de todos los que componen la
comunidad internacional. Se trata de un servicio delicado y arduo que,
apoyándose en la fuerza aparentemente inerme, pero en definitiva decisiva de la
verdad, quiere colaborar en la construcción de una sociedad internacional más
atenta a la dignidad y a las verdaderas exigencias de la persona humana. Desde
esta perspectiva, la presencia de la Santa Sede ante los organismos
internacionales intergubernativos representa una contribución fundamental al
respeto de los derechos humanos y del bien común y, por tanto, de la libertad
auténtica y de la
justicia. Se trata de un compromiso específico e insustituible,
que puede llegar a ser aún más eficaz si se unen las fuerzas de todos los que
colaboran con dedicación fiel en la misión de la Iglesia en el
mundo.
Las relaciones entre los
Estados y en los Estados son justas en la medida en que respetan la verdad. En cambio,
cuando la verdad es despreciada, se amenaza la paz, se pone en peligro el
derecho y, como consecuencia lógica, se desencadenan las injusticias. Son
fronteras que dividen a los países de manera mucho más profunda de lo que lo
hacen los confines trazados en los mapas y, a menudo, no son sólo fronteras
externas, sino también internas de los Estados. Estas injusticias presentan
también muchos aspectos; por ejemplo, el aspecto del desinterés o desorden, que
llega a dañar la estructura de la célula originaria de la sociedad, que es la
familia; o el aspecto de la prepotencia o arrogancia, que puede llegar hasta la
arbitrariedad, silenciando al que no tiene voz o no tiene la fuerza para hacerla
oír, como sucede en el caso de la injusticia que hoy, quizá, es la más grave, o
sea, la que suprime la vida humana naciente.
«Ha escogido Dios lo débil del
mundo para confundir a lo fuerte» (1 Co 1, 27). Que este criterio de la acción
divina, siempre actual, os impulse a no sorprenderos, y mucho menos a
desanimaros, ante las dificultades y las incomprensiones. En efecto, sabéis que,
a través de ellas, participáis con autoridad en la responsabilidad profética de
la Iglesia, que quiere seguir elevando su voz en defensa del hombre, aun cuando
la política de los Estados o la mayor parte de la opinión pública vayan en
dirección contraria. En efecto, la verdad tiene fuerza en sí misma y no en el
número de consensos que recibe.
Tened la seguridad de que acompaño
vuestra misión, ardua e importante, con cordial atención y sincera gratitud,
asegurándoos también mi recuerdo en la oración, a la vez que de buen grado os
imparto a todos mi bendición apostólica.
L’Osservatore Romano, ed. en
español, 24 de marzo de 2006